Psicoanálisis. Psicología. Malestar contemporáneo. Síntomas sociales. Desorden y trastorno. Obesidad. Depresión. Fracaso Escolar. Anorexia. Vigorexia.
Una infinidad de temas sobre los que podremos dialogar. Tus comentarios y preguntas serán bien recibidos.

viernes, 1 de julio de 2011

En busca de la motivación perdida

La motivación es un tema recurrente en las sociedades occidentales basadas en el consumo.  Nunca hemos tenido tantas ofertas, tanta sensación de alternativas y, sin embargo, la ausencia de motivación nunca ha sido tan palpable.
Vamos a dejar de lado las definiciones generalizadas sobre la motivación que fácilmente pueden encontrarse en Internet, lo que me interesa apuntar aquí es ésta particularidad que se presenta cuando, teniendo solucionado el sustento más básico: alimento, vivienda, etc., la motivación se presenta como un problema cotidiano.  Esto es: aquellos que aun teniéndolo "todo" están desmotivados.
Hay un acuerdo más o menos general dentro del campo de la psicología que la motivación no es algo que se vincule ni a la voluntad ni a la razón.  Esto significa que no es tan fácil sentirse motivado hacia algo por obligación o por cumplir con un mandato.  Más aún, suele ser un bastión de rebeldía muy común en la adolescencia.
De cualquier manera, la motivación que no se vincule a necesidades vitales (hambre, sed, sueño) es un elemento de intersección entre los seres humanos.  La motivación tiene que ver con las expectativas que tenemos de los otros tanto como las que ellos tienen de nosotros.  Esto es algo que en los niños se aprecia más claramente: el bebé suele distinguir imágenes y sonidos que le son destacados por los padres o quien se ocupe de cuidarlo, es decir, de las personas que para el son importantes.  Si la madre señala con evidente alegría a las aves que cantan en el jardín por ejemplo, el bebé aprenderá rápidamente a distinguirlas.  Por supuesto que estas acciones que realizan los padres no son tampoco conscientes, pues, recordemos, partirán así mismo de su propia motivación; por captar la atención del niño, por hacerlo sonreír, por demostrarle su amor de una u otra manera.  En este sentido, no sería difícil suponer de dónde parte la motivación, si, de los otros que reciben al nuevo sujeto en este mundo de infinitos objetos y posibilidades.
No estaría demás considerar este aspecto, dado que uno de los grandes problemas que se presentan en el ámbito educativo hoy en día es justamente la falta de motivación de algunos niños por aprender.  Estos niños suelen engrosar las listas de los distintos trastornos para explicar algo que quizá tiene que ver con la trasmisión de un deseo que se traduce en: "estar motivado por algo".  Así, que el bebé siga con sus ojos encantados al pequeño colibrí que le señala la madre con genuino interés, imprimirá en él la condición para que más tarde su deseo se dirija hacia "algo".  En esta búsqueda el podrá encontrar por ejemplo, un mayor interés en las clases de ciencias o en los cuentos sobre animales.  Pero también será fundamental que quien trasmita, en esta edad tan fundamental, no trasmita solo conocimiento, sino también una pasión que es en definitiva el corazón que late en toda motivación.  Ese "algo" que nos hace interesarnos por un tema o una actividad, conserva su núcleo de misterio.  En cierta forma es solidario de la lógica que implica el enamoramiento, ese no se qué que lleva a que alguien o algo me guste, más aún, me apasione
Por último, quiero destacar el carácter cambiante y móvil de la motivación que nos lleva a entender por qué a veces se ausenta sin que esto signifique necesariamente que tal persona carece de motivación pues son muchas las circunstancias que pueden incidir sobre ello.  Recordemos pues el origen etimológico de la palabra que deriva del latín "motus" que significa movido o también, "motio" que nos conduce más claramente a la idea de movimiento.  La motivación entonces es solidaria del movimiento, cualquier situación de estancamiento la extingue.  Podemos pensar este estancamiento desde todo aquello que se repite, hasta aquello que satura.   Así, el consumo exagerado de cualquier índole suele relacionarse con un aplanamiento del deseo.  Para que la motivación surja, a veces, hay que abrir espacios, dejar que el tiempo fluya a su ritmo para poder encontrarnos con aquello que mueve nuestra inquietud, nuestra pasión, nuestro más genuino interés.

sábado, 25 de junio de 2011

Efectos psicológico del consumismo

Vivimos en tiempos en donde lo intimo ha traspasado la barrera que lo separa de lo público.  Internet ha hecho posible que éste salto se haya realizado con rapidez y de forma masiva. Nuestros problemas, miedos y anhelos, parecen haberse escapado de los límites que la intimidad recela, para aparecer en diferentes páginas “web” que ofrecen una solución a todo aquello que nos aqueja. Esta situación produce que casi todo este ofertado en una gran vitrina.  “Nothing is imposible” es el eslogan primordial que desde la publicidad llega a cada rincón del planeta.  De esta forma se tiene la sensación de que podemos inventarnos a nosotros mismos y si fallamos en la realidad, aun nos queda el mundo virtual. 
    
Así visto, no parece haber límites para alcanzar nuestros sueños, y en la feroz carrera por vender, (no olvidemos que uno de los pilares mas fuertes de la economía es el consumo) asistimos a la eliminación de los espacios vacíos.    Espacios vacíos que podrán ser llenados de objetos: tecnológicos, ropa de moda, anuncios, urbanizaciones y por qué no, comida.  Cada uno optará por una manera de intentar saciar la voracidad que nuestro tiempo se ha dedicado a fomentar. 
    
Las paradojas que produce en el ser humano éste señuelo de creer que todo es un producto  a adquirir son infinitas.  La mayoría se muestran en lo psicológico. De esta forma, una mujer se someterá a una liposucción, un lifting, un implante de senos, y así, mientras espera no quedar fuera de la mirada masculina.  El quirófano ha dejado de ser primordialmente un espacio donde salvar vidas, para pasar a ocupar un lugar en la agenda de programas de belleza y rejuvenecimiento hechos a medida   Sin embargo, los productos del mercado se muestran insuficientes, pese a lo que prometen para suplir o resolver un problema de índole emocional.   Se busca así la solución en un lugar erróneo. 
    
Como es lógico suponer, la sociedad tiene una enorme influencia en la manera en la que construimos nuestras relaciones y nuestras representaciones del mundo.  Por esta razón también cada época genera el aumento o, en algunos casos, la aparición de un nuevo síntoma.  Si hablamos de problemas psicológicos nos encontramos, por ejemplo, que se han incrementado  los cuadros depresivos y los casos de anorexia y bulimia.  Las múltiples formas en las que el ser humano pone en evidencia la insaciabilidad de la demanda de las sociedades de consumo, son también una manera de defenderse y preservar así la subjetividad.   Los desordenes alimentarios son un claro ejemplo de ello.  Pasando de un polo a otro de este vacío inconmensurable cuya grieta vamos encontrando difícil de cerrar.  Tanto quien engulle en exceso, como quien no engulle, también en exceso, dan muestras de algo imposible de saciar.   Irónicamente, a medida que nos vamos haciendo más globalizados, nos hacemos también más gordos.  Este incremento en la subida media del peso en la población mundial, es algo que viene sucediendo desde la década de los 70 y que se suele relacionar principalmente con un mayor poder adquisitivo y un descenso en la actividad física, sobre todo en niños y adolescentes.  Si bien esto es así, seriamos injustos sino consideráramos que hay una causa emocional en este aumento de ingesta calórica. 
    
No es de extrañar que los métodos clásicos para bajar de peso, los de toda la vida, como son: el ejercicio y las dietas (bien llevadas), que requieren de tiempo y constancia para su éxito, suelen abandonarse.  Acostumbrados a lo que nos vende el mercado, esperamos  resultados inmediatos; y no siendo así, se renuncia a ellos brincado de dieta en dieta, o adquiriendo aparatos de ejercicios que terminan apilados en el trastero. 
   
La vida moderna, poblada por múltiples ocupaciones y sumergida en un laberinto de opciones, hace difícil que podamos reflexionar acerca de cuánto de estas situaciones con las que convivimos diariamente nos afectan emocionalmente.  Inmersos en este universo cotidiano exuberante en imágenes y murmullos, nos resulta difícil encontrar el tiempo del silencio.  Un tiempo que nos convoca a disfrutar de la vida justamente porque ésta no es para siempre.  Es el tiempo que tenemos que estar dispuestos a dar para que surja aquello que vale la pena: el tiempo que necesita una relación para afianzarse, para que nuestros sentimientos afloren o para terminar una carrera.  Un tiempo ajeno a relojes y agendas: es el tiempo para conocer a nuestros hijos, para reconocer a nuestra pareja, para reencontrarnos en cada edad con nuestros padres y hermanos.  Un tiempo imposible de medir; por ello, singular. 
  
Es el tiempo de los espacios vacíos, aquellos que nos invitan a contemplar, a imaginar, a crear; en donde algo nuevo siempre podrá surgir.


miércoles, 6 de abril de 2011

¿Terapia online?

En estos tiempos en los que la presencia en Internet parece ser cada vez más necesaria, al punto que se suele escuchar "si no estás en Internet no existes" como si de un universo paralelo se tratara, es lógico que las terapias psicológicas estén buscando un espacio posible también en el mundo virtual.  

Ahora bien, hasta el momento los artículos y páginas que justifican la validez de las terapias en Internet me resultan más una estrategia de venta que otra cosa.  Se dicen cosas como que la ventaja de esta novedosa alternativa, al igual que sucede con la terapia telefónica, es que al paciente le resulta más fácil hablar de ciertas cosas, revelar ciertos asuntos.  Seguramente esto será cierto, pues hablarle a un ser incorpóreo resultará más sencillo que hacerlo en presencia y desde mi punto de vista, el que la terapia se desarrolle vía Webcam no cambia sustancialmente el hecho de que uno se dirige a alguien que en presencia, no está.  Esto que sin duda se ve como una ventaja, se asemeja más a lo que sucede en una confesión que a una psicoterapia por diversas razones.

Voy a hablar solo de alguna de ellas para no extenderme demasiado.  En primer lugar, en la terapia importa no solo lo que se relata sino el cómo se relata, en qué momento se decide hacerlo, qué sucede cuando el paciente habla de ello.  Así, no será lo mismo quien llega a la primera consulta para desahogarse de un secreto pesado que lo aqueja desde hace algún tiempo, que aquel que se decide a hablar de ello luego de uno o dos meses o inclusive más tiempo.  No será lo mismo quien vuelva a ello varias veces, que aquel que evite tocar el tema nuevamente.  Todo esto cambiará sustancialmente si la persona puede hablar de ello desde la comodidad de su casa, quizá en piyama, mientras ojea un libro o inclusive con una copa de vino.  

El segundo motivo, ligado al primero, es que todos sabemos que no es lo mismo un encuentro virtual que uno presencial.  Lo saben de sobra quienes han establecidos relaciones de amistad a través de la red.  He sabido de varios casos de personas que se han enamorado vía chat, email, Webcam, solo para ver caer su ilusión en el momento en el que la relación dejó el plano virtual.  Esto tiene su fundamento tanto clínico como teórico en el cual no puedo extenderme aquí, baste decir que eliminada la presencia física quitamos de la ecuación una de las esferas que componen la realidad. 

La presencia física impregna el espacio de cualidades que son la mayoría de las veces difícilmente definibles.  Así, hablamos de química, de mala vibra, energías positivas o negativas y hasta un no se qué que escapa finalmente a la conciencia.  Junto a este plano físico y material, esta la esfera de la fantasía que junto con lo simbólico que representaría todo aquello que se refiere a los límites y leyes, constituyen lo que llamamos realidad.  En psicoanálisis al menos son necesarios los tres para que la terapia produzca sus efectos.
Ahora bien, no por ello descarto la utilidad que pudiera tener una intervención en el espacio virtual, pero se tratará de eso: de un intervención puntual destinada a abrir la posibilidad de iniciar un tratamiento. 

Hay situaciones particulares que sin duda podrían verse beneficiadas por la herramienta virtual, como sucede con los casos que por alguna razón el paciente no puede acudir a un consultorio; ya sea porque padece una fobia que no le permite salir o una enfermedad en la cual es preciso que haga reposo, por mencionar solo algunos casos.  

Ahora que todo o casi todo parece reclamar su lugar en la Web, valdría la pena situar también los límites del espacio virtual para no extraviarnos en la fascinación del "todo es posible" que el mercado sustenta.


miércoles, 2 de marzo de 2011

¿Hablar de lo que nos pasa o ser diagnosticado?


Aquí les dejo una parte de un documental muy interesante sobre el mal uso de la psiquiatría (el documental es largo y pueden encontrar todas sus partes en youtube).  Insistiendo en lo que ya mencioné en entradas anteriores, lejos de satanizar a la psiquiatría, creo que es importante pensar que este asunto del acudir a la consulta del psiquiatra o psicólogo para obtener un diagnóstico y pensar que eso es ya un tratamiento en si mismo, no es aislado de lo que las personas buscamos.

En cierta forma la psiquiatría está respondiendo a un pedido que hacemos sin darnos cuenta.  Queremos saber lo que nos pasa, queremos que nos curen; pero, en el terreno del dolor psíquico habría que empezar por cuestionar la palabra cura.  En medicina curar es eliminar el elemento que causa la enfermedad, ¿es esto posible cuando se trata del dolor psíquico? ¿Eliminar un síntoma psíquico por medio de un medicamento? 

La cura del dolor psíquico se plantea de una manera totalmente distinta porque somos el resultado de una compleja interacción entre nuestra historia personal, las circunstancias familiares y sociales en las cuales nacimos y crecimos, los avatares de la existencia, aquello que nos vamos encontrando en al vida, lo fortuito tanto como las decisiones que tomamos y nuestro potencial genético.  La causa de la problemática de índole psicológica se construye para cada persona porque cada uno tiene una configuración diferente basada en esta interacción de elementos únicos.  ¿Cómo aislar en un laboratorio una sola variable y pretender llegar a la verdad de la causa?  ¿Cómo pretender hacerlo a través de cuestionarios y estadísticas que configuren un perfil?  

La psicoterapia es así un tratamiento que implica la búsqueda de esta verdad única y diferente para cada caso.  Escuchar e intervenir sobre aquello que el paciente lleva a la psicoterapia es basicamente la técnica que emplea el psicoanalisis, que, no hay que olvidar, también ha sido duramente criticada.  Hay que recordar que la psicoterapia es y ha sido siempre una oferta para aquellos que sufren. 

La pregunta que me hago y comparto con ustedes es la siguiente ¿por qué preferimos ir a un médico a que nos de un diagnóstico y una receta en lugar de contar lo que nos pasa, hablar de lo que nos duele, buscar alguien que nos escuche?

martes, 22 de febrero de 2011

¿Cúando ir a un psicólogo?

En estos días he recibo varios mails pidiéndome que hablara de los síntomas de la depresión y otros problemas frecuentes dentro del ámbito de la salud mental.  Entiendo la analógica que solemos hacer entre los síntomas emocionales y los físicos, entre la medicina y la psicología.  Entiendo también que en muchísimos casos esta diferencia sea difícil de percibir.  Esta preocupación válida que tienen las personas cuando van a consultar a un médico y que se expresa de forma general en la frase “¿qué tengo doctor?”  Y cuya respuesta supone un alivio en tanto elimina el agobio que produce la incertidumbre de “no saber”.  Es cierto que muchas veces el médico no responda a esta pregunta, que haya que esperar el resultado de los análisis, sin embargo, nosotros insistimos, “¿Ud. qué cree que pueda ser?” y con una conjetura del médico es suficiente para reducir un poco el estrés que el no saber implica.

Imagino que el pedido de que describa los síntomas de la depresión por ejemplo, va por ese lado.  Bien podría aquí enumerar las muchas manifestaciones de la depresión y algunas de sus posibles causas, seguramente quienes lo leyeran lo harían buscando encontrarse en ellos y saber al fin si tienen o no depresión.  

Como la lista de síntomas de la depresión o los ataques de pánico o el trastorno bipolar y de la personalidad están por todas partes, a mi me gustaría contestar este pedido con una pregunta: si uno esta buscando en Internet si padece o no depresión o si es un familiar cercano quien lo padece, ¿no es esto ya señal de que el dolor emocional ha traspasado ya la frontera de lo manejable?  Si sentimos la necesidad de saber si algo va mal con nosotros en el sentido emocional, me parece que éste es ya un motivo suficiente para pedir ayuda.  Entonces, si sentimos una tristeza de la que no podemos salir y arrastramos los pies cada mañana para iniciar el día, si estamos irritables al punto de tener discusiones casi a diario, si llevamos noches sin dormir o no podemos levantarnos de la cama.  Si estamos envueltos en el círculo vicioso del sobrepeso y la depresión y no sabemos ya si nos deprimimos por esos muchos kilos de más o ganamos esos kilos de más porque estamos deprimidos.  Si hemos perdido el interés y ni la familia, los amigos, el trabajo o las pequeñas cosas de la vida que antes nos daban aliento para seguir adelante tienen ya mayor importancia.  Cualquiera de estas situaciones, pero también, otras que nos lleven a buscarnos retratados en un diagnóstico en Internet, merecen por si solas la oportunidad de ser atendidas, pues el tiempo suele jugar en contra.

lunes, 14 de febrero de 2011

¿Problema psicológico o enfermedad mental?

Hace poco me encontré con este breve pero contundente reportaje sobre las super ventas de psicofármacos.  Siempre que encuentro este tipo de discursos me surge la pregunta sobre qué podemos hacer para cambiar cierta tendencia que se muestra exagerada o, también, cómo contribuimos a que esto se presente de esta manera y no de otra. 

 Muchas veces cuando se dicen cosas como: “es cuestión de marketing”, “lo que pasa es que fulano o sultano se saben vender” y cosas del estilo, da la impresión de que es finalmente el mercado quien determina el resultado de las cosas.  Si bien esto no está muy lejos de la realidad, hay algo que casi nunca mencionamos y es que, si el mercado vende es porque nosotros compramos.  La única manera de ponerle freno a lo que el mercado nos vende, es detenernos a pensar, por ejemplo: leer las etiquetas en el super, pensar si necesitamos realmente tal o cual producto, etc.   Finalmente tomar en cuenta que “El mercado” lo hacemos nosotros.

Cuando se trata de temas de salud, esto resulta aún más complicado.  Imaginemos que tenemos un dolor intenso de cabeza o en cualquier otra parte del cuerpo, en esta situación nos será muy difícil concentrarnos, pensar en otra cosa que no sea el dolor que nos aqueja.  Si tenemos una pastilla a la mano que sabemos nos quitará el dolor, apelamos sin demora a ella, si por el contrario el dolor escapa a nuestra experiencia, vamos al médico.  El médico nos mandará a hacer análisis si la cuestión no se mostrara evidente con una breve revisión, es probable que mientras llegan los análisis nos recete un efectivo calmante.  La cuestión puede terminar simplemente ahí o requerir de algún tratamiento más prolongado, pero la mayoría de las veces, serán claros los resultados y por lo tanto también el tratamiento o paliativo, si lo que nos sucede carece de una cura.

¿Qué sucede cuando el dolor es producto de un problema que no se origina en el funcionamiento del organismo?  La psiquiatría, como una especialidad de la medicina, ha tratado los síntomas psíquicos de la misma manera en la que la medicina trata a las enfermedades del organismo.  Para ello ha desarrollado hipótesis que suelen confirmar a través de una historia clínica, buscando reiteraciones de síntomas, tanto en la persona como en los parientes directos, otras veces se recurren a cuestionarios y test. 

No es preciso satanizar, el antidepresivo o el ansiolítico, como el ibuprofeno, pueden ser una solución momentánea y puntual.  Así como no es bueno vivir tomando ibuprofeno permanentemente, tampoco será bueno hacerlo con el antidepresivo.  La diferencia radica en que, si usualmente el ibuprofeno permite manejar el síntoma molesto que causa dolor mientras se atiende la cusa real que lo produce, el antidepresivo se suele tomar como único tratamiento para atender un dolor psíquico cuya causa se desconoce. 

¿Por qué existe una demanda en aumento para los medicamentos de uso psiquiátrico?  La razón de ello debemos buscarla en nosotros mismos.  Ante la oferta de una pastilla para aliviar los síntomas depresivos y una psicoterapia, la mayoría de la gente opta por la primera por muy diversas razones.  Ya sea porque el psiquíatra goza de un mayor prestigio que el psicólogo o porque se percibe al tratamiento farmacológico como más afectivo y rápido.  El otro motivo que muchos encontrarán luego de haber realizado el intento con un tratamiento psicoterapéutico es que éste requiere de un compromiso y un trabajo por parte del paciente.  

Ante la medicina somos sujetos pasivos, ante la psicoterapia, todo lo contrario.  Hablar de nosotros y de lo que nos pasa suele ser de por sí un alivio, pero, al igual que la pastilla, el alivio será solo pasajero.  He tenido oportunidad de escuchar a mucha gente decir que antes que contarle sus problemas a un extraño, lo haría con un amigo, si de hablar se trata.  Aquí hay una confusión muy extendida, pues si bien al paciente se le pide que hable de lo que se le ocurra, el psicoterapeuta no escucha su discurso de la misma manera en la que lo escucharía un amigo y, lo más importante, no interviene tampoco de la misma forma.  No voy a intentar resumir cuestiones técnicas que suponen años de formación, pero si me parece importante señalar esta diferencia entre un tratamiento que no requiere mayor trabajo por parte del paciente, salvo la de seguir las indicaciones del médico sobre la cantidad y frecuencia de la toma del medicamento, frente a otro, mucho menos solicitado, que requiere por el contrario de un trabajo.

Somos una sociedad consumista, y para que la espiral del consumo no se detenga, siempre se requerirá de la creación de nuevos productos a ser consumidos y necesidades que antes no existían; es la ley que asegura la actividad y crecimiento del mercado.  La medicina no es una ciencia exacta, tratamientos hoy considerados eficaces mañana son relevados por otros más eficaces aún.  En el campo de la salud mental, esto es aún más cierto.  La psicoterapia por el contrario prueba su verdadera eficacia con cada paciente, pues el dolor y el síntoma psíquico de cada paciente tendrán una particularidad única y sería pretencioso suponer que una pastilla pueda ser efectiva para todas ellas.  

La mayoría de la gente suele diferenciar un problema psicológico de una enfermedad mental, esta última usualmente está definida con un diagnóstico, que, como bien señala el reportaje, va aumentando su lista en cada publicación del DSM que es el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales. Como ya he señalado en entradas anteriores, las palabras suelen también funcionar muy bien para escondernos, ser tímido puede terminar siendo una perfecta excusa para no dar un paso adelante y evitar el fracaso por ejemplo.  De la misma manera recibir un diagnóstico psiquiátrico conlleva esta contradicción, por un lado nos da seguridad al recibir por parte del profesional al fin una respuesta a nuestro padecimiento y por otro lado, nos detiene al colocarnos un cartel que señala que algo no está bien en nosotros.

Son muchas las críticas que se han realizado al DSM y a la cantidad de diagnósticos que aumentan en cada publicación hasta llegar a situar a un porcentaje altísimo de la población con algún tipo de “trastorno” lo que los vuelvo por ello, candidatos a recibir alguna de la medicación disponible.  A pesar de ello, la población en general está lejos de acudir en proporciones siquiera cercanas a la consulta del psicoterapeuta que puede ofrecer un tratamiento no farmacológico.  Aunque esto pudiera entenderse dentro de la población con una situación económica difícil, no cambia mayormente dentro de la población con amplios recursos económicos.

martes, 8 de febrero de 2011

Psicología o economía de las pasiones

Que la situación económica es uno de los temas que más preocupa en estos tiempos, es algo palpable en la cantidad de artículos que podemos encontrar sobre ello en Internet.  Reestructuración de deudas, quiebras del sector financiero, hipotecas subprime y un largo etcétera intentan explicarnos cómo se ha llegado hasta aquí y cuáles son las perspectivas a futuro.  Como yo de economía se poco y nada, suelo leer estos artículos desde mi formación profesional: como psicóloga y psicoanalista.  

De manera general, hay dos cuestiones que me tienen interesada desde hace ya un tiempo acerca de las manifestaciones del aspecto psíquico en el campo económico.  Una es esta afirmación de que uno de los elementos en los que se basa el crecimiento económico está en el consumo humano y la otra, que uno de los factores de la crisis actual es el endeudamiento de la población.  Es decir, el sistema económico descansa en gran medida en que compremos y el sector financiero se nutre de vendernos dinero para ello. 

La psicología humana es sumamente compleja y aun así, se la percibe como algo casi trivial.  Encontramos artículos de todo tipo, sobre cualquier tema, comentarios rápidos y simples de profesionales entrevistados en algún programa de TV, investigaciones que unen un par de variables y llegan a conclusiones cuya obviedad da la sensación de que esta es una disciplina que todos, por experiencia propia, conocemos bastante bien. La razón de ello es que lo más complejo de esta disciplina sucede en un consultorio, cuando tenemos que trabajar con aquello que no es reproducible en un laboratorio ni cuantificable en un test.

Entonces, pese a la aparente simplicidad de los postulados psicológicos, sin embargo, es justamente el factor psicológico aquello da por el traste a las predicciones económicas.  En cierta forma, la economía es el intento de calcular y predecir las conductas humanas, pues el mercado, finalmente, se alimenta de ellas.  Pasiones humanas que son las que nos llevan a comprar o vender, migrar, estudiar, trabajar, casarse, tener hijos, formar una empresa, etc.  Establecer bajo qué condiciones se toman este tipo de decisiones, resulta fundamental para cualquier proyecto de índole económica.   Fórmulas matemáticas que dan cuenta de ciertas fluctuaciones y ritmos del mercado, esconden tras de sí conductas de este tipo, un universo infinito de posibilidades.

Muchas veces parece que cuando hablamos de economía nos referimos a un ente autónomo que sigue adelante cumpliendo un propósito, otras, ese ente toma la forma de los políticos de turno.  Si bien todo esto es cierto, como es cierto que el todo no es igual a la suma de sus partes, resulta interesante detenerse a reflexionar que aquello que alimenta el mercado son nuestras pasiones: miedos, anhelos, envidias, rivalidades, y, quiza el factor psicológico más importante para el resultado en materia económica: la imitación, o si quieren, contagio.  Si soltamos una bola de papel en una plaza abarrotada de gente al tiempo que gritamos: ¡granada!, lo más probable es que se produzca una estampida que termine con la vida de muchos.  Quizá el objetivo era dispersar a la gente y este habrá sido finalmente cumplido, con algunos daños colaterales.  

Aún cuando hayamos pasado por una situación similar, aun cuando nosotros no caigamos en la trampa, otros lo harán, y la historia se repetirá en una versión propia, aquí uno de los elementos imposibles de predecir: cuándo y cómo se actualizarán los mismos factores para determinan un resultado similar al anterior.  Por eso las crisis siempre se desencadenaran bajo una temporalidad y modalidad propia.  Por ejemplo, la burbuja inmobiliaria explotaría en algún momento, pero no se sabía cuándo ni la magnitud de la crisis ni, sobre todo, la velocidad de la recuperación.  

Los seres humanos olvidamos rápidamente, esto cumple una función defensiva.  Por ejemplo, olvidamos la mayor parte del tiempo que somos seres mortales y por ello actuamos como si fuéramos a vivir para siempre. Olvidamos el dolor sufrido tempranamente porque de no ser así nos costaría aun más levantarnos cada día. Así se explica que olvidemos que nuestros padres o nuestros abuelos o nosotros mismos, hemos pasado por una situación de crisis económica.  De esta manera, si todos a nuestro alrededor estan comprando su casa, envidiamos su felicidad y nos apresuramos a comprar la nuestra.  En este sentido es que el psicoanálisis postula que el olvido es justamente el camino que conduce directamente a repetir y repetir es recordar, no ya en la rememoración, sino en acto.  

En el 2002, Daniel Kahneman, ganó el premio novel de economía "por haber integrado los avances de la investigación psicológica en la ciencia económica especialmente en lo que se refiere al juicio humano y a la adopción de decisiones bajo incertidumbre".  No he leído el trabajo de este señor pero es sorprendente que esta interrelación entre la economía y la psicología humana siga siendo, en la práctica, tan ignorada en la mayor parte de los artículos que circulan por internet, y dudo que sean tomados en cuenta a la hora de aplicar políticas económicas

Hagamos una última comparación: si la economía basa sus predicciones en leyes probabilísticas y curvas estadísticas, la psicología hace lo propio a través de la creación de perfiles.  Así, terminan moviéndose bajo estos modelos representativos que sirven para predecir y/o diagnosticar.  La razón por la cual muchas veces estas predicciones y diagnósticos no son acertados es que siempre habrá algo incalculable e inclasificable que nos de vuelta la tortilla.  Para el psicólogo que trabaja en el ámbito clínico y sobre todo  para el psicoanalista que trabaja más allá de los perfiles, la pericia consistirá en saber operar con esta incógnita, hacerla surgir en el marco del consultorio.  Cuando el ser humano sufre, a diferencia de la economía que toma cada caso particular como un daño colateral del que cual no puede ocuparse, el psicólogo trabaja con el sufrimiento que no es compartible, ni medible o estadarizable.  El sufrimiento es único, aunque el motivo pueda ser parecido: una ruptura de pareja, un fracaso laboral, la manera de pasar por el será, para cada ser humano, diferente.  Por otro lado, las variables que intervienen para que una persona sea de una manera y no de otra son incontables y siempre, en todo intento de definirlas alguna siempre se escapa, es el signo de la diferencia absoluta que nos define

miércoles, 2 de febrero de 2011

La factura psicológica de la crisis

Últimamente he recibido muchas consultas a causa del malestar que por una u otra razón la crisis produce: angustia, ansiedad y depresión sobre todo, pero también: crisis de pareja y problemáticas relacionadas con los hijos.

Que las crisis de cualquier tipo producen un sacudón en la vida, forma parte ya del saber popular, pero, ¿qué efectos tiene y cómo se manifiestan sus consecuencias?, ¿cuál es la factura y el monto que estas crisis pueden provocar? Lamentablemente esta suele ser una cifra que se contabiliza tarde y mal.

Alguien me dijo una vez que la terapia y las clases de música son cuestiones que suelen posponerse indefinidamente. Es así que quienes llegan finalmente al consultorio de un psicólogo, psiquiatra o psicoanalista, lo hacen porque ya no pueden más, porque pagan la factura muchas veces con el cuerpo: yendo de médico en médico para que les de una respuesta a su malestar, el mismo que muchas veces ingresa en la gran bolsa de enfermedades cuya causa es imposible de determinar. 

Es común escuchar cuando alguien se queja de un síntoma físico recurrente “es psicológico” como si esto lo hiciera automáticamente más manejable. Entonces, respiramos aliviados pues el mal no es físico, no hay medicina ni tratamiento necesario para su curación y ahí viene la pregunta: ¿de qué manera entonces lidiamos con un síntoma físico que es en realidad psicológico? ¿Cómo es que el cuerpo puede enfermarse por problemas emocionales? Pero esto es así, y su funcionamiento resulta aún más enigmático que el del cuerpo humano. Pensamos que se va a resolver solo, que ya pasará, que no necesitamos a un profesional de la salud mental para atacar un problema que podemos resolver nosotros mismos, en todo caso, si la cosa se extendiera un poco, buscamos respuestas en Internet. Esto quizá funcione para algunos, pero para muchos otros la cosa no se resuelve tan fácil, el síntoma persiste. La desesperación es difícil de sobrellevar y por ello, la mayoría de las veces, mala consejera. 

La solución que la sociedad ha terminado por ofrecer a los problemas psicológicos no es un tratamiento psicológico también, sino uno médico. Tenemos a nuestro alcance una inmensa variedad de medicamentos dirigidos a aliviar el malestar físico cuya causa no es física, aunque ahí sea donde se manifieste. Es más que probable que el síntoma en cuestión desaparezca por un tiempo, que será variable según la gravedad de la situación y la persona, pero no atendida su causa de origen emocional, el problema retornará; aunque esto si, como es psicológico, es posible que no de la misma forma. Esto es así porque los problemas emocionales no tienen un punto localizable como si lo tienen los órganos por ejemplo. Hoy la ansiedad se manifiesta en ataques de pánico, mañana en una voracidad compulsiva y pasado en una irritabilidad insoportable. Las consecuencias de todo esto para la persona, la familia e inclusive la sociedad, son difíciles de cuantificar. Pero podemos pensarlo como un malestar silencioso que en algún momento encontrará la forma de salir a la superficie, la forma que lo haga dependerá de muchas cosas: la intensidad, el tiempo, la historia particular de cada caso, etc. 

Los tratamientos psicológicos son caros, porque son largos, no existen formulas rápidas porque se trabaja con ciertos supuestos, porque hay que poder seguir adelante con varias incógnitas, pues el profesional de la salud mental esta lejos de ser un mago o adivino; requiere paciencia y constancia y enfrentarse con un dolor que hemos aprendido a enterrar por mucho tiempo. Hay algunos países como por ejemplo Reino Unido, que han aprendido a incorporar a los psicólogos y psicoanalistas en su sistema de salud pública, pues es una manera de contener a las personas que no pueden pagar un tratamiento privado por tanto tiempo y que saben da mejores resultados que dejarla libradas a su suerte; ya que, seria absurdo suponer que esto no tiene consecuencias para la sociedad, dado que los problemas de tipo psicológico son altamente incapacitantes.

lunes, 31 de enero de 2011

Enfermedad mental: ¿etiqueta o verdad?

Hace poco me llegó este video de youtube que me llevó a la siguiente pregunta:

¿Cómo entiende la gente en general a los problemas de salud mental?  ¿Cómo ha cambiado y afectado a la manera de relacionarnos con nuestros afectos, frustraciones, síntomas psíquicos, la forma en la que la psiquiatría particularmente, entiende y define a la enfermedad mental?

Como en muchos otros campos del saber, internet tiene mucho que ver en la trasmisión  de información que recibimos en estos temas.  Así que el video acierta en subrayar este abuso de diagnósticos. pero al mismo tiempo cae en esta tendencia a colocar todo en la misma bolsa.

¿Por qué digo esto?  El video me gusta porque denuncia el abuso, cada vez más intenso, del diagnóstico psiquiátrico, la tendencia a patologizar conductas y estados emocionales que no por ser diferentes y molestos o provocar sufrimiento, requieren de un diagnóstico que las más de las veces resulta imposible  de remontar para la persona que lo recibe.  De tal forma que una vez hecho el diagnóstico, este suele acompañarlo para el resto de su vida, cronificando de esta forma aquello que justamente se quiere eliminar.

Parece existir una necesidad imperiosa por predecir y anticipar aquellas conductas que se consideran de una u otra forma malsanas para la sociedad.  Así, son ahora los niños y adolescentes quienes se ubican en la mira de la salud mental.  Esto conlleva por supuesto su lado positivo, pues es cierto que muchas veces con una intervención mínima, se pueden ahorrar muchas penas; pero también es cierto lo contrario, que muchas veces por buscar una explicación a lo diferente, se adelante o sugiera un diagnóstico de forma apresurada.  Los padres entonces, angustiados por el futuro del niño o el adolescente, aceptan la etiqueta sin saber las consecuencias.  El niño crece sabiéndose distinto pero en un sentido negativo, es hiperactivo o desafiante, etc.

¿Cuál es entonces el valor de un diagnóstico? para el paciente, casi ninguno. Es verdad que muchos sienten una especie de alivio al saber al menos que le pasa a su pequeño, como si la palabra por si misma eliminara otras posibilidades.  Pero lo cierto es que un diagnóstico a tan temprana edad en el campo de la salud mental, es un diagnóstico siempre entre comillas y por eso, su principal función es la de orientar el tratamiento, esto quiere decir que es un diagnóstico para el profesional y no para el paciente.  Para este, la palabra bipolar, trastorno de la personalidad, etc, tendrán un significado distinto a aquel que le da el médico, significado que muchas veces queda oculto tras un silencionso malestar.  Esto es así porque el sentido de las palabras recorre extensos caminos, difieren de una persona a otra, de una cultura a otra.

El video resulta acertado para subrayar esto, por eso las etiquetas que se quitan y se cambian por otras, dando a entender que es justamente eso, una palabra y como tal, su significado una convención que tiene más o menos sentido de acuerdo al contexto y al lugar de la persona que la utilice.  Pero también, promueve un malentendido al sugerir que ciertas problemáticas que requieren de ayuda profesional, puedan ser solo personalidades incomprendidas, cambiar la etiqueta de trastorno bipolar por la de artista puede contribuir también a fijar un estereotipo.

Por supuesto no le toca a la gente en general diferenciarlas, nos toca a los profesionales no promover los diagnósticos como si de salvavidas se trataran. Algunos de ellos requerirán un tipo de tratamiento muy diferente a otros y en ningún caso el diagnóstico debería funcionar ni de tapón ni de muleta para que quien este sufriendo, se quede detenido en el peso que el sentido de la palabra produce.