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sábado, 25 de junio de 2011

Efectos psicológico del consumismo

Vivimos en tiempos en donde lo intimo ha traspasado la barrera que lo separa de lo público.  Internet ha hecho posible que éste salto se haya realizado con rapidez y de forma masiva. Nuestros problemas, miedos y anhelos, parecen haberse escapado de los límites que la intimidad recela, para aparecer en diferentes páginas “web” que ofrecen una solución a todo aquello que nos aqueja. Esta situación produce que casi todo este ofertado en una gran vitrina.  “Nothing is imposible” es el eslogan primordial que desde la publicidad llega a cada rincón del planeta.  De esta forma se tiene la sensación de que podemos inventarnos a nosotros mismos y si fallamos en la realidad, aun nos queda el mundo virtual. 
    
Así visto, no parece haber límites para alcanzar nuestros sueños, y en la feroz carrera por vender, (no olvidemos que uno de los pilares mas fuertes de la economía es el consumo) asistimos a la eliminación de los espacios vacíos.    Espacios vacíos que podrán ser llenados de objetos: tecnológicos, ropa de moda, anuncios, urbanizaciones y por qué no, comida.  Cada uno optará por una manera de intentar saciar la voracidad que nuestro tiempo se ha dedicado a fomentar. 
    
Las paradojas que produce en el ser humano éste señuelo de creer que todo es un producto  a adquirir son infinitas.  La mayoría se muestran en lo psicológico. De esta forma, una mujer se someterá a una liposucción, un lifting, un implante de senos, y así, mientras espera no quedar fuera de la mirada masculina.  El quirófano ha dejado de ser primordialmente un espacio donde salvar vidas, para pasar a ocupar un lugar en la agenda de programas de belleza y rejuvenecimiento hechos a medida   Sin embargo, los productos del mercado se muestran insuficientes, pese a lo que prometen para suplir o resolver un problema de índole emocional.   Se busca así la solución en un lugar erróneo. 
    
Como es lógico suponer, la sociedad tiene una enorme influencia en la manera en la que construimos nuestras relaciones y nuestras representaciones del mundo.  Por esta razón también cada época genera el aumento o, en algunos casos, la aparición de un nuevo síntoma.  Si hablamos de problemas psicológicos nos encontramos, por ejemplo, que se han incrementado  los cuadros depresivos y los casos de anorexia y bulimia.  Las múltiples formas en las que el ser humano pone en evidencia la insaciabilidad de la demanda de las sociedades de consumo, son también una manera de defenderse y preservar así la subjetividad.   Los desordenes alimentarios son un claro ejemplo de ello.  Pasando de un polo a otro de este vacío inconmensurable cuya grieta vamos encontrando difícil de cerrar.  Tanto quien engulle en exceso, como quien no engulle, también en exceso, dan muestras de algo imposible de saciar.   Irónicamente, a medida que nos vamos haciendo más globalizados, nos hacemos también más gordos.  Este incremento en la subida media del peso en la población mundial, es algo que viene sucediendo desde la década de los 70 y que se suele relacionar principalmente con un mayor poder adquisitivo y un descenso en la actividad física, sobre todo en niños y adolescentes.  Si bien esto es así, seriamos injustos sino consideráramos que hay una causa emocional en este aumento de ingesta calórica. 
    
No es de extrañar que los métodos clásicos para bajar de peso, los de toda la vida, como son: el ejercicio y las dietas (bien llevadas), que requieren de tiempo y constancia para su éxito, suelen abandonarse.  Acostumbrados a lo que nos vende el mercado, esperamos  resultados inmediatos; y no siendo así, se renuncia a ellos brincado de dieta en dieta, o adquiriendo aparatos de ejercicios que terminan apilados en el trastero. 
   
La vida moderna, poblada por múltiples ocupaciones y sumergida en un laberinto de opciones, hace difícil que podamos reflexionar acerca de cuánto de estas situaciones con las que convivimos diariamente nos afectan emocionalmente.  Inmersos en este universo cotidiano exuberante en imágenes y murmullos, nos resulta difícil encontrar el tiempo del silencio.  Un tiempo que nos convoca a disfrutar de la vida justamente porque ésta no es para siempre.  Es el tiempo que tenemos que estar dispuestos a dar para que surja aquello que vale la pena: el tiempo que necesita una relación para afianzarse, para que nuestros sentimientos afloren o para terminar una carrera.  Un tiempo ajeno a relojes y agendas: es el tiempo para conocer a nuestros hijos, para reconocer a nuestra pareja, para reencontrarnos en cada edad con nuestros padres y hermanos.  Un tiempo imposible de medir; por ello, singular. 
  
Es el tiempo de los espacios vacíos, aquellos que nos invitan a contemplar, a imaginar, a crear; en donde algo nuevo siempre podrá surgir.