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lunes, 12 de abril de 2010

El ideal inalcanzable: autocontrol y autodominio

Internet no es sólo una gran fuente de información, también nos da la posibilidad de discernir cuales son las ideas hegemónicas de nuestra época. En el campo de la salud mental, son muchas las palabras que se repiten  en casi todas las páginas de psicologia. En este breve artículo quiero tomar sólo dos de las más representativas: autocontrol y autodominio.

La psicologia se apoya, en líneas generales, en la noción de un individuo capaz de gobernarse a sí mismo con un poco de voluntad y esfuerzo. Así es como, tanto para tratamientos con adultos como con niños, se promueven técnicas para controlar conductas malsanas para el tejido social. Lo que toca entonces es reparar esa conducta que encuentra su predisposición en la genética y su afianzamiento en una mala conducta aprendida.

Ataques de panico, depresiones, ataques de íra y una larga lista se incluyen bajo esta perspectiva de tratar el problema. La idea que queda implícita, tanto para las problemáticas antes mencionadas, como para manejar el estres e inclusive la manera de educar a los hijos, es que hay un manual, una serie de lineamientos ideales que habría que poder llegar a interiorizar si queremos vernos incluidos en el grupo de los seres normales. Está claro que tratándose de un ideal uno no puede más que quedar lejos de él.

Los ideales emergen cada vez con más contundencia bajo los diversos canales de comunicación social. Pongan la palabra autocontrol y autodominio en cualquier buscador de Internet y verán que lo que aparece es más o menos lo mismo.

Veamos por ejemplo esta cita tomada al azar de una página de Internet: “El autocontrol es la capacidad que nos permite controlar a nosotros mismos nuestro comportamiento y emociones y no que estas nos controlen, sacándonos la posibilidad de elegir lo que queremos sentir y hacer en cada momento de nuestras vidas.” ¿Es esto a lo que aspiramos? Lo que es increíble es que se piense que uno puede elegir qué sentir. Esto implica también elegir qué no sentir y en este caso, ¿qué es lo que queremos eliminar del campo de los sentimientos? ¿La sensación de fracaso?, ¿el dolor de existir?

Los sentimientos suelen ser brújulas, nos indican hacia donde nos dirigimos, si eliminamos algunos eligiendo qué sentir y qué no, justamente lo que eliminamos son las señales de hacia dónde vamos, como si elimináramos la señal que indica que se aproxima una curva o peor aun, una señal de “stop”. Preguntarnos por qué sentimos esto o aquello, por qué respondemos de tal o cual forma a una situación, nos acerca a la esencia de lo humano. Controlar los sentimientos, aplacarlos sin preguntar de donde o por qué vienen, nos acerca a un ser ideal en el que se pueda eliminar aquello que no nos gusta o nos estorba.

Sentimientos como la íra, la tristeza, el estres o inclusive la violencia, tendrían más oportunidad de aplacarse, si en lugar de gastar energía en tratar de controlar lo imposible de controlar, los afrontáramos como un enigma a descifrar, algo que quedó marcado de cierta forma particular y que hoy no encuentra otra manera de expresarse. Para que un sentimiento fluya y encuentre una mejor forma de manifestarse es preciso retomar esa función del lenguaje, más primaria y esencial; aquella que nos constituye como sujetos, la palabra tocando el cuerpo aun antes de alcanzar la compresión de su significado. Esa lengua materna que quedó inscrita en las caricias y en las ausencias.

Si una palabra o situación puede provocar nuestro enojo desmedido, ¿es acaso modificando nuestra respuesta como podemos eliminar la reacción? En el mejor de los casos, la respuesta es eliminada para ser reemplazada por otra que la mayoría de las veces es tan diversa, pero no por ello menos dañina, que no se la suele relacionar.

El mundo se dirige hacia una homogenización generalizada. Tenemos la sensación de que elegimos pero no reparamos que las opciones que tenemos en la mesa son, por lo general, similares. Cada vez nos vestimos de forma más parecida, saltando generaciones y nacionalidades. Nuestros estilos de vida se van asemejando cada vez más, perdiendo a pasos agigantados tanto la diversidad biológica como la cultural.

Cumplir con los ideales que se imponen hoy en día puede muy bien provocar estrés o ansiedad, cambiar esas conductas no pueden tener otra intención más que las de adaptar a ese individuo que fracasa en responder a la demanda social y muestra su disconformidad de esta enigmática manera. Y adaptar supone siempre un dominio sobre el otro, un control, en cuyo caso el autocontrol y el autodominio responderían más bien a una demanda del otro (psicologo, maestro, psiquiatra, etc.).

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