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miércoles, 31 de marzo de 2010

La imagen corporal

¿Qué lugar tiene la imagen corporal en nuestra cultura, cómo surge, y por qué cambia?
Tradicionalmente, para responder a estas preguntas en el campo social y psicológico, las investigaciones se han ocupado más de la mujer que del hombre. Los estudios sobre los efectos de la distorsión de la imagen del cuerpo en el hombre son mucho más recientes.

A partir de la década de los sesenta, la publicidad ha ido ocupando un lugar importante, aunque no exclusivo, en la configuración de los ideales y expectativas de los seres humanos y por lo tanto, también, de la imagen corporal que forma parte de nuestra subjetividad.

En algún momento, probablemente con el uso generalizado de la píldora anticonceptiva, la mujer empezó a cambiar la relación con su cuerpo. Cuestiones como decidir cuándo tener hijos, cuándo casarse o trabajar, fueron ampliando sus opciones. La mujer salió del hogar y empezó a frecuentar lugares hasta entonces reservados al género masculino.

Esto que resumo aquí en una líneas se fue dando de manera paulatina y propició un cambió sustancial en la relación con la sexualidad y por ende, con el propio cuerpo; no solo en la mujeres, también en los hombres.
Aunque el cambio para el hombre no fue tan evidente, el hecho de que la mujer cambiara sus expectativas, deseos y elecciones, le abrió también a él un abanico nuevo de posibilidades.

La relación entre la imagen corporal y la autoestima es casi obvia, pero no lo es tanto el mecanismo por el cual esto es así. La cosa empieza muy pronto, desde que nacemos, pero se destaca cuando el pequeño descubre la imagen en el espejo, cuando se reconoce en ella ante el regocijo de sus padres. Ese que se refleja en el espejo es “él”, niño adorado por sus padres, la primera representación de su “Yo”. Este descubrimiento esta unido a la respuesta del otro: madre, padre o cualquiera que cumpla esa función primordial. De esta forma la imagen queda vinculada a la mirada amorosa de quien se hace cargo, cuida y provee a ese pequeño que se va constituyendo, con cada experiencia, en sujeto humano. Al mismo tiempo, esta mirada es, por decirlo de alguna manera, modelada por los ideales de la época. Las expectativas para uno y otro sexo irán diversificándose a medida que vayan creciendo. Pero para ambos la imagen del cuerpo será el lugar privilegiado para anclar la personalidad.

Para volver a nuestra pregunta: ¿cómo ha cambiado la imagen corporal del hombre?  En los últimos años el cuerpo del hombre se ha ido haciéndose cada vez más visible. Del hippie de los años setenta, de cabello largo y un tanto desaliñado, pasando por el “Yuppi” (profesional joven y urbano) de los ochenta, trajeado y perfumado, llegamos hoy al Metrosexual de las cremas para borrar arrugas, los tintes en el pelo y las cirugías estéticas.  Lejos estamos de aquel viejo dicho “el hombre como el oso cuanto más feo más hermoso”. El mercado estético lo bombardea también a él que busca detener el tiempo y cuidar su aspecto físico tanto como ella: implantes de cabello, dietas, tratamientos faciales y quirúrgicos, empiezan a enfocarse a un público masculino en aumento.

Lo interesante de éste cambio en la percepción de la imagen es pensar en el mecanismo que posibilita que esto se dé.  La imagen que tenemos de nosotros mismos es lo que mostramos y aquello por lo que creemos ser amados. Es nuestra carta de presentación. Pero no es solo nuestro cuerpo aquello que conforma esta imagen, también se incluyen otros aspectos valorados o no por el entorno más cercano y por la sociedad.  Lo que sucede hoy en día es que la imagen corporal va tomando cada vez más protagonismo. La publicidad nos devuelve este fenómeno de manera amplificada, toma nuestras aspiraciones y las ofrece como posibles. Cuerpos perfectos y desprovistos del paso del tiempo en respuesta al ideal de juventud eterna.

La idea más extendida ha sido siempre que estas imágenes afectaban más a la mujer que al hombre. El mercado nos muestra que esta idea no es cierta.  Cuando la mujer se libera del ideal social privilegiado para ella: el de madre y esposa, sus deseos también cambian. Ahora ella también mira y el mercado da testimonio de esta mirada al desnudar el cuerpo masculino en sus anuncios publicitarios

Si la percepción del cuerpo va cambiando es porque no somos aquello que se refleja en el espejo (este espejo sostenido por la mirada del otro) La percepción no es perfecta, es una mezcla entre nuestras primeras vivencia en la infancia, los ideales culturales y las experiencias con las que nos vamos encontrando a lo largo de nuestras vidas.

Por esta razón, la imagen que tenemos de nosotros no puede congelarse como si fuera una fotografía; inevitablemente irá cambiando y este cambio suele ser apenas perceptible. Un día nos sorprende encontrar un rostro distinto en el espejo que no coincide con la imagen que llevamos dentro. Descubrimos esa arruga que delata nuestros años y sin embargo, no alcanzamos a ubicar ese cambio en la percepción cotidiana que tenemos de nosotros, pues nos seguimos sintiendo tan jóvenes como siempre.

Hay etapas y momentos en la vida que tornan más evidente esta diferencia entre la imagen que nos devuelve el espejo y la que tenemos interiorizada: los primeros años de la adolescencia son quizás el mejor ejemplo de este desencuentro y por ello, donde suelen surgir los trastornos alimenticios. El embarazo es otro momento ejemplar donde la imagen corporal cambia radicalmente en un tiempo breve. Pero lo usual, a lo largo de nuestras vidas, es que estos cambios se den de manera paulatina y ello permite que vayamos ajustando nuestra percepción.

En la publicidad esta característica de la imagen en constante cambio no aparece, es borrada, la imagen se congela. El hombre que se muestra en el anuncio de algún perfume o marca de ropa esta impecable, sin defecto alguno. Ese mismo hombre, en la realidad, puede ser desaliñado, sucio o antipático. Con esto quiero destacar que somos más de lo que mostramos y vemos en nuestra imagen y que, aunque ésta intente resumir quienes somos, esta muy lejos de lograrlo. Así, somos de una manera al levantarnos y de otra al asistir a una reunión de la empresa. Somos de una manera cuando pasamos por un momento difícil y de otra cuando estamos en una entrevista de trabajo. Somos muchos rostros y muchos cuerpos a lo largo del tiempo y al mismo tiempo. En algún lugar conservamos nuestra imagen cuando niños y adolescentes, pero también, la fantasía de lo que seremos cuando viejos. La integración de estas imágenes es lo que nos lleva a buscar un ideal que las unifique en el tiempo.

Si la anorexia esta identificada como el trastorno de alimentación que más afecta a las mujeres, del lado del hombre encontramos a la vigorexia, lo opuesto a la anorexia (la musculatura llevada al exceso). Ambos trastornos de la imagen corporal nos dan una pista de los ideales para uno y otro sexo y las consecuencias que éstos pueden tener cuando se los congela en una imagen, cuando aquello que la vincula a la constitución de la personalidad y la mirada del otro, por algún motivo falla.

Quien sufre de anorexia como de vigorexia, no puede conciliar la imagen que tiene de sí a la imagen que le devuelve el otro (representada en el espejo). Por eso, cuanto más intenta llegar la anorexia a esa imagen de delgadez que su cerebro no alcanza a ver, más se acerca a la muerte y lo mismo podemos aplicar a la vigorexia. ¿Dónde esta el limite de esa imagen de delgadez o de musculatura que se persigue? La imagen, al congelar tiempo, sustrae del ideal la esencia de la vida, que es movimiento. En este sentido, acercarse a esta imagen es anular la vida y la anorexia, tanto como la vigorexia lo ponen en evidencia.

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