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viernes, 12 de marzo de 2010

Obesidad. Epidemia del Siglo XXI

La obesidad se ha convertido en un problema grave en las sociedades desarrolladas de hoy en día. Algunos la catalogan como una de las epidemias del siglo XXI. Las cifras que se manejan son alarmantes. Los cambios en el estilo de vida y la alimentación parecen ser los grandes culpables. Se calcula que alrededor del 50% de la población mundial tiene sobre peso. Si pensamos que alrededor de mil millones de personas padecen hambre en el mundo, el cuadro puede resultar insoportable.

No cabe duda de que el tema tiene ramificaciones profundas hacia distintas causas. Dejemos de lado por el momento la reflexión en torno a la desnutrición, para pasar a pensar si acaso el desarrollo económico nos sumerge en el exceso, en la ausencia de límites. Son muchas las problemáticas que se viven actualmente que podrían pensarse desde esta perspectiva y el sobrepeso no escapa a ello. Si bien es cierto que el coche, los trabajos de escritorio y el televisor y las consolas nos invitan a estar más tiempo sentados, también lo es que el transporte público, los grandes desplazamientos, las múltiples tareas que realizamos hoy en día ( las casa, los hijos, el trabajo, la vida social, etc), implican un gasto energético considerable. Así que, dejando de lado el movimiento que será en algunos casos mayor y en otro menor, nos queda la alimentación. En esta interviene el mercado, qué se vende, cómo se vende y por qué lo compramos.

Pensemos en esto, para sostener el sistema social y económico que hemos creado, nos convertimos en devoradores. Nos tragamos todo lo que la sociedad moderna ofrece y la comida no tenia por qué escapar a esta lógica. Pasamos de sociedades fumadoras a devoradoras.
El gran mercado económico que esta surgiendo alrededor de este aparatoso malestar de nuestro siglo, es alarmante. De tal forma que podemos calificar a nuestras sociedades de hoy como “obesogénicas”, que contribuyen a alimentar la obesidad en lugar de frenarla.

El avance de esta problemática la vemos hoy en el aumento de la obesidad en la población infantil. Aquí el problema se hace más evidente, pues es el Otro, quien da de comer; el Otro, quien introduce el límite en el niño. El niño pide, reclama y para ello, utiliza los medios que tiene disponibles. Lejos de ser una cuestión pedagógica, nos enfrentamos aquí a estilos de lazo social que se van trasmitiendo de generación en generación.

Todos tenemos una historia personal con la comida, ya sea que de niños fuéramos grandes comedores o por el contrario diéramos motivos de preocupación por comer muy poco. En los niños la comida es uno de los elementos clásicos donde se presenta la rebeldía, donde se empieza a decir “no quiero”. Cada padre reaccionará a este “no quiero” de distinta manera, alguno podrá entenderlo como una etapa necesaria en la constitución de la personalidad y otro, por el contrario, se angustiará.

¿Qué hace que la comida sea tan especial y tan susceptible de transformarse en un problema? El alimento es la representación de la vida, es aquello que la madre proporciona al niño para que crezca sano y saludable. Si alguien no come se entiende que puede enfermarse. Los niños ponen el dedo en la llaga cuando se niegan a comer. Para ellos es una forma más de mostrar autonomía, para los adultos, un tema de preocupación. La comida así se vuelve un elemento clave para la vida, pero también para la relación con el Otro. ¿Cuánto necesita comer una persona para mantenerse saludable? Seguramente mucho menos de lo que comemos. Es evidente el rasgo propio que ha adquirido el alimento por fuera de su función biológica.

Todos tenemos una historia en relación a la comida, transitarla para descubrir y liberar el sentido ahí aprisionado es algo que solo se hace a través de las palabras, en una terapia que incluya esta perspectiva; tomando en cuenta que olvidar no es el opuesto de recordar, sino de repetir.

Dietas, tratamientos médicos, pastillas para controlar el apetito, podrán llevar a una reducción de peso, pero no cambiaran la manera profunda y arraigada que tenemos de vincularnos con la comida; ya sea que se lo haga desde el rechazo o desde el exceso, pues ambas formas conllevan una ausencia en el límite. En ese lugar en el cual, como los niños, habría que decir “no quiero”.

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