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martes, 22 de febrero de 2011

¿Cúando ir a un psicólogo?

En estos días he recibo varios mails pidiéndome que hablara de los síntomas de la depresión y otros problemas frecuentes dentro del ámbito de la salud mental.  Entiendo la analógica que solemos hacer entre los síntomas emocionales y los físicos, entre la medicina y la psicología.  Entiendo también que en muchísimos casos esta diferencia sea difícil de percibir.  Esta preocupación válida que tienen las personas cuando van a consultar a un médico y que se expresa de forma general en la frase “¿qué tengo doctor?”  Y cuya respuesta supone un alivio en tanto elimina el agobio que produce la incertidumbre de “no saber”.  Es cierto que muchas veces el médico no responda a esta pregunta, que haya que esperar el resultado de los análisis, sin embargo, nosotros insistimos, “¿Ud. qué cree que pueda ser?” y con una conjetura del médico es suficiente para reducir un poco el estrés que el no saber implica.

Imagino que el pedido de que describa los síntomas de la depresión por ejemplo, va por ese lado.  Bien podría aquí enumerar las muchas manifestaciones de la depresión y algunas de sus posibles causas, seguramente quienes lo leyeran lo harían buscando encontrarse en ellos y saber al fin si tienen o no depresión.  

Como la lista de síntomas de la depresión o los ataques de pánico o el trastorno bipolar y de la personalidad están por todas partes, a mi me gustaría contestar este pedido con una pregunta: si uno esta buscando en Internet si padece o no depresión o si es un familiar cercano quien lo padece, ¿no es esto ya señal de que el dolor emocional ha traspasado ya la frontera de lo manejable?  Si sentimos la necesidad de saber si algo va mal con nosotros en el sentido emocional, me parece que éste es ya un motivo suficiente para pedir ayuda.  Entonces, si sentimos una tristeza de la que no podemos salir y arrastramos los pies cada mañana para iniciar el día, si estamos irritables al punto de tener discusiones casi a diario, si llevamos noches sin dormir o no podemos levantarnos de la cama.  Si estamos envueltos en el círculo vicioso del sobrepeso y la depresión y no sabemos ya si nos deprimimos por esos muchos kilos de más o ganamos esos kilos de más porque estamos deprimidos.  Si hemos perdido el interés y ni la familia, los amigos, el trabajo o las pequeñas cosas de la vida que antes nos daban aliento para seguir adelante tienen ya mayor importancia.  Cualquiera de estas situaciones, pero también, otras que nos lleven a buscarnos retratados en un diagnóstico en Internet, merecen por si solas la oportunidad de ser atendidas, pues el tiempo suele jugar en contra.

lunes, 14 de febrero de 2011

¿Problema psicológico o enfermedad mental?

Hace poco me encontré con este breve pero contundente reportaje sobre las super ventas de psicofármacos.  Siempre que encuentro este tipo de discursos me surge la pregunta sobre qué podemos hacer para cambiar cierta tendencia que se muestra exagerada o, también, cómo contribuimos a que esto se presente de esta manera y no de otra. 

 Muchas veces cuando se dicen cosas como: “es cuestión de marketing”, “lo que pasa es que fulano o sultano se saben vender” y cosas del estilo, da la impresión de que es finalmente el mercado quien determina el resultado de las cosas.  Si bien esto no está muy lejos de la realidad, hay algo que casi nunca mencionamos y es que, si el mercado vende es porque nosotros compramos.  La única manera de ponerle freno a lo que el mercado nos vende, es detenernos a pensar, por ejemplo: leer las etiquetas en el super, pensar si necesitamos realmente tal o cual producto, etc.   Finalmente tomar en cuenta que “El mercado” lo hacemos nosotros.

Cuando se trata de temas de salud, esto resulta aún más complicado.  Imaginemos que tenemos un dolor intenso de cabeza o en cualquier otra parte del cuerpo, en esta situación nos será muy difícil concentrarnos, pensar en otra cosa que no sea el dolor que nos aqueja.  Si tenemos una pastilla a la mano que sabemos nos quitará el dolor, apelamos sin demora a ella, si por el contrario el dolor escapa a nuestra experiencia, vamos al médico.  El médico nos mandará a hacer análisis si la cuestión no se mostrara evidente con una breve revisión, es probable que mientras llegan los análisis nos recete un efectivo calmante.  La cuestión puede terminar simplemente ahí o requerir de algún tratamiento más prolongado, pero la mayoría de las veces, serán claros los resultados y por lo tanto también el tratamiento o paliativo, si lo que nos sucede carece de una cura.

¿Qué sucede cuando el dolor es producto de un problema que no se origina en el funcionamiento del organismo?  La psiquiatría, como una especialidad de la medicina, ha tratado los síntomas psíquicos de la misma manera en la que la medicina trata a las enfermedades del organismo.  Para ello ha desarrollado hipótesis que suelen confirmar a través de una historia clínica, buscando reiteraciones de síntomas, tanto en la persona como en los parientes directos, otras veces se recurren a cuestionarios y test. 

No es preciso satanizar, el antidepresivo o el ansiolítico, como el ibuprofeno, pueden ser una solución momentánea y puntual.  Así como no es bueno vivir tomando ibuprofeno permanentemente, tampoco será bueno hacerlo con el antidepresivo.  La diferencia radica en que, si usualmente el ibuprofeno permite manejar el síntoma molesto que causa dolor mientras se atiende la cusa real que lo produce, el antidepresivo se suele tomar como único tratamiento para atender un dolor psíquico cuya causa se desconoce. 

¿Por qué existe una demanda en aumento para los medicamentos de uso psiquiátrico?  La razón de ello debemos buscarla en nosotros mismos.  Ante la oferta de una pastilla para aliviar los síntomas depresivos y una psicoterapia, la mayoría de la gente opta por la primera por muy diversas razones.  Ya sea porque el psiquíatra goza de un mayor prestigio que el psicólogo o porque se percibe al tratamiento farmacológico como más afectivo y rápido.  El otro motivo que muchos encontrarán luego de haber realizado el intento con un tratamiento psicoterapéutico es que éste requiere de un compromiso y un trabajo por parte del paciente.  

Ante la medicina somos sujetos pasivos, ante la psicoterapia, todo lo contrario.  Hablar de nosotros y de lo que nos pasa suele ser de por sí un alivio, pero, al igual que la pastilla, el alivio será solo pasajero.  He tenido oportunidad de escuchar a mucha gente decir que antes que contarle sus problemas a un extraño, lo haría con un amigo, si de hablar se trata.  Aquí hay una confusión muy extendida, pues si bien al paciente se le pide que hable de lo que se le ocurra, el psicoterapeuta no escucha su discurso de la misma manera en la que lo escucharía un amigo y, lo más importante, no interviene tampoco de la misma forma.  No voy a intentar resumir cuestiones técnicas que suponen años de formación, pero si me parece importante señalar esta diferencia entre un tratamiento que no requiere mayor trabajo por parte del paciente, salvo la de seguir las indicaciones del médico sobre la cantidad y frecuencia de la toma del medicamento, frente a otro, mucho menos solicitado, que requiere por el contrario de un trabajo.

Somos una sociedad consumista, y para que la espiral del consumo no se detenga, siempre se requerirá de la creación de nuevos productos a ser consumidos y necesidades que antes no existían; es la ley que asegura la actividad y crecimiento del mercado.  La medicina no es una ciencia exacta, tratamientos hoy considerados eficaces mañana son relevados por otros más eficaces aún.  En el campo de la salud mental, esto es aún más cierto.  La psicoterapia por el contrario prueba su verdadera eficacia con cada paciente, pues el dolor y el síntoma psíquico de cada paciente tendrán una particularidad única y sería pretencioso suponer que una pastilla pueda ser efectiva para todas ellas.  

La mayoría de la gente suele diferenciar un problema psicológico de una enfermedad mental, esta última usualmente está definida con un diagnóstico, que, como bien señala el reportaje, va aumentando su lista en cada publicación del DSM que es el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales. Como ya he señalado en entradas anteriores, las palabras suelen también funcionar muy bien para escondernos, ser tímido puede terminar siendo una perfecta excusa para no dar un paso adelante y evitar el fracaso por ejemplo.  De la misma manera recibir un diagnóstico psiquiátrico conlleva esta contradicción, por un lado nos da seguridad al recibir por parte del profesional al fin una respuesta a nuestro padecimiento y por otro lado, nos detiene al colocarnos un cartel que señala que algo no está bien en nosotros.

Son muchas las críticas que se han realizado al DSM y a la cantidad de diagnósticos que aumentan en cada publicación hasta llegar a situar a un porcentaje altísimo de la población con algún tipo de “trastorno” lo que los vuelvo por ello, candidatos a recibir alguna de la medicación disponible.  A pesar de ello, la población en general está lejos de acudir en proporciones siquiera cercanas a la consulta del psicoterapeuta que puede ofrecer un tratamiento no farmacológico.  Aunque esto pudiera entenderse dentro de la población con una situación económica difícil, no cambia mayormente dentro de la población con amplios recursos económicos.

martes, 8 de febrero de 2011

Psicología o economía de las pasiones

Que la situación económica es uno de los temas que más preocupa en estos tiempos, es algo palpable en la cantidad de artículos que podemos encontrar sobre ello en Internet.  Reestructuración de deudas, quiebras del sector financiero, hipotecas subprime y un largo etcétera intentan explicarnos cómo se ha llegado hasta aquí y cuáles son las perspectivas a futuro.  Como yo de economía se poco y nada, suelo leer estos artículos desde mi formación profesional: como psicóloga y psicoanalista.  

De manera general, hay dos cuestiones que me tienen interesada desde hace ya un tiempo acerca de las manifestaciones del aspecto psíquico en el campo económico.  Una es esta afirmación de que uno de los elementos en los que se basa el crecimiento económico está en el consumo humano y la otra, que uno de los factores de la crisis actual es el endeudamiento de la población.  Es decir, el sistema económico descansa en gran medida en que compremos y el sector financiero se nutre de vendernos dinero para ello. 

La psicología humana es sumamente compleja y aun así, se la percibe como algo casi trivial.  Encontramos artículos de todo tipo, sobre cualquier tema, comentarios rápidos y simples de profesionales entrevistados en algún programa de TV, investigaciones que unen un par de variables y llegan a conclusiones cuya obviedad da la sensación de que esta es una disciplina que todos, por experiencia propia, conocemos bastante bien. La razón de ello es que lo más complejo de esta disciplina sucede en un consultorio, cuando tenemos que trabajar con aquello que no es reproducible en un laboratorio ni cuantificable en un test.

Entonces, pese a la aparente simplicidad de los postulados psicológicos, sin embargo, es justamente el factor psicológico aquello da por el traste a las predicciones económicas.  En cierta forma, la economía es el intento de calcular y predecir las conductas humanas, pues el mercado, finalmente, se alimenta de ellas.  Pasiones humanas que son las que nos llevan a comprar o vender, migrar, estudiar, trabajar, casarse, tener hijos, formar una empresa, etc.  Establecer bajo qué condiciones se toman este tipo de decisiones, resulta fundamental para cualquier proyecto de índole económica.   Fórmulas matemáticas que dan cuenta de ciertas fluctuaciones y ritmos del mercado, esconden tras de sí conductas de este tipo, un universo infinito de posibilidades.

Muchas veces parece que cuando hablamos de economía nos referimos a un ente autónomo que sigue adelante cumpliendo un propósito, otras, ese ente toma la forma de los políticos de turno.  Si bien todo esto es cierto, como es cierto que el todo no es igual a la suma de sus partes, resulta interesante detenerse a reflexionar que aquello que alimenta el mercado son nuestras pasiones: miedos, anhelos, envidias, rivalidades, y, quiza el factor psicológico más importante para el resultado en materia económica: la imitación, o si quieren, contagio.  Si soltamos una bola de papel en una plaza abarrotada de gente al tiempo que gritamos: ¡granada!, lo más probable es que se produzca una estampida que termine con la vida de muchos.  Quizá el objetivo era dispersar a la gente y este habrá sido finalmente cumplido, con algunos daños colaterales.  

Aún cuando hayamos pasado por una situación similar, aun cuando nosotros no caigamos en la trampa, otros lo harán, y la historia se repetirá en una versión propia, aquí uno de los elementos imposibles de predecir: cuándo y cómo se actualizarán los mismos factores para determinan un resultado similar al anterior.  Por eso las crisis siempre se desencadenaran bajo una temporalidad y modalidad propia.  Por ejemplo, la burbuja inmobiliaria explotaría en algún momento, pero no se sabía cuándo ni la magnitud de la crisis ni, sobre todo, la velocidad de la recuperación.  

Los seres humanos olvidamos rápidamente, esto cumple una función defensiva.  Por ejemplo, olvidamos la mayor parte del tiempo que somos seres mortales y por ello actuamos como si fuéramos a vivir para siempre. Olvidamos el dolor sufrido tempranamente porque de no ser así nos costaría aun más levantarnos cada día. Así se explica que olvidemos que nuestros padres o nuestros abuelos o nosotros mismos, hemos pasado por una situación de crisis económica.  De esta manera, si todos a nuestro alrededor estan comprando su casa, envidiamos su felicidad y nos apresuramos a comprar la nuestra.  En este sentido es que el psicoanálisis postula que el olvido es justamente el camino que conduce directamente a repetir y repetir es recordar, no ya en la rememoración, sino en acto.  

En el 2002, Daniel Kahneman, ganó el premio novel de economía "por haber integrado los avances de la investigación psicológica en la ciencia económica especialmente en lo que se refiere al juicio humano y a la adopción de decisiones bajo incertidumbre".  No he leído el trabajo de este señor pero es sorprendente que esta interrelación entre la economía y la psicología humana siga siendo, en la práctica, tan ignorada en la mayor parte de los artículos que circulan por internet, y dudo que sean tomados en cuenta a la hora de aplicar políticas económicas

Hagamos una última comparación: si la economía basa sus predicciones en leyes probabilísticas y curvas estadísticas, la psicología hace lo propio a través de la creación de perfiles.  Así, terminan moviéndose bajo estos modelos representativos que sirven para predecir y/o diagnosticar.  La razón por la cual muchas veces estas predicciones y diagnósticos no son acertados es que siempre habrá algo incalculable e inclasificable que nos de vuelta la tortilla.  Para el psicólogo que trabaja en el ámbito clínico y sobre todo  para el psicoanalista que trabaja más allá de los perfiles, la pericia consistirá en saber operar con esta incógnita, hacerla surgir en el marco del consultorio.  Cuando el ser humano sufre, a diferencia de la economía que toma cada caso particular como un daño colateral del que cual no puede ocuparse, el psicólogo trabaja con el sufrimiento que no es compartible, ni medible o estadarizable.  El sufrimiento es único, aunque el motivo pueda ser parecido: una ruptura de pareja, un fracaso laboral, la manera de pasar por el será, para cada ser humano, diferente.  Por otro lado, las variables que intervienen para que una persona sea de una manera y no de otra son incontables y siempre, en todo intento de definirlas alguna siempre se escapa, es el signo de la diferencia absoluta que nos define

miércoles, 2 de febrero de 2011

La factura psicológica de la crisis

Últimamente he recibido muchas consultas a causa del malestar que por una u otra razón la crisis produce: angustia, ansiedad y depresión sobre todo, pero también: crisis de pareja y problemáticas relacionadas con los hijos.

Que las crisis de cualquier tipo producen un sacudón en la vida, forma parte ya del saber popular, pero, ¿qué efectos tiene y cómo se manifiestan sus consecuencias?, ¿cuál es la factura y el monto que estas crisis pueden provocar? Lamentablemente esta suele ser una cifra que se contabiliza tarde y mal.

Alguien me dijo una vez que la terapia y las clases de música son cuestiones que suelen posponerse indefinidamente. Es así que quienes llegan finalmente al consultorio de un psicólogo, psiquiatra o psicoanalista, lo hacen porque ya no pueden más, porque pagan la factura muchas veces con el cuerpo: yendo de médico en médico para que les de una respuesta a su malestar, el mismo que muchas veces ingresa en la gran bolsa de enfermedades cuya causa es imposible de determinar. 

Es común escuchar cuando alguien se queja de un síntoma físico recurrente “es psicológico” como si esto lo hiciera automáticamente más manejable. Entonces, respiramos aliviados pues el mal no es físico, no hay medicina ni tratamiento necesario para su curación y ahí viene la pregunta: ¿de qué manera entonces lidiamos con un síntoma físico que es en realidad psicológico? ¿Cómo es que el cuerpo puede enfermarse por problemas emocionales? Pero esto es así, y su funcionamiento resulta aún más enigmático que el del cuerpo humano. Pensamos que se va a resolver solo, que ya pasará, que no necesitamos a un profesional de la salud mental para atacar un problema que podemos resolver nosotros mismos, en todo caso, si la cosa se extendiera un poco, buscamos respuestas en Internet. Esto quizá funcione para algunos, pero para muchos otros la cosa no se resuelve tan fácil, el síntoma persiste. La desesperación es difícil de sobrellevar y por ello, la mayoría de las veces, mala consejera. 

La solución que la sociedad ha terminado por ofrecer a los problemas psicológicos no es un tratamiento psicológico también, sino uno médico. Tenemos a nuestro alcance una inmensa variedad de medicamentos dirigidos a aliviar el malestar físico cuya causa no es física, aunque ahí sea donde se manifieste. Es más que probable que el síntoma en cuestión desaparezca por un tiempo, que será variable según la gravedad de la situación y la persona, pero no atendida su causa de origen emocional, el problema retornará; aunque esto si, como es psicológico, es posible que no de la misma forma. Esto es así porque los problemas emocionales no tienen un punto localizable como si lo tienen los órganos por ejemplo. Hoy la ansiedad se manifiesta en ataques de pánico, mañana en una voracidad compulsiva y pasado en una irritabilidad insoportable. Las consecuencias de todo esto para la persona, la familia e inclusive la sociedad, son difíciles de cuantificar. Pero podemos pensarlo como un malestar silencioso que en algún momento encontrará la forma de salir a la superficie, la forma que lo haga dependerá de muchas cosas: la intensidad, el tiempo, la historia particular de cada caso, etc. 

Los tratamientos psicológicos son caros, porque son largos, no existen formulas rápidas porque se trabaja con ciertos supuestos, porque hay que poder seguir adelante con varias incógnitas, pues el profesional de la salud mental esta lejos de ser un mago o adivino; requiere paciencia y constancia y enfrentarse con un dolor que hemos aprendido a enterrar por mucho tiempo. Hay algunos países como por ejemplo Reino Unido, que han aprendido a incorporar a los psicólogos y psicoanalistas en su sistema de salud pública, pues es una manera de contener a las personas que no pueden pagar un tratamiento privado por tanto tiempo y que saben da mejores resultados que dejarla libradas a su suerte; ya que, seria absurdo suponer que esto no tiene consecuencias para la sociedad, dado que los problemas de tipo psicológico son altamente incapacitantes.